NARCISOS PARA EL PELO DE UNA INFANTA
NARCISOS PARA EL PELO DE UNA INFANTA
Hasta el próximo 2 de febrero se puede ver en el Museo del Prado una rara exposición dedicada a dos pioneras de la historia de la pintura: Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana, dos artistas poco conocidas por el gran público que vivieron en el siglo XVI, cuando los pinceles eran un oficio cerrado al mundo femenino.
Sofonisba estuvo un tiempo en España al servicio de Felipe II, como profesora de pintura de su tercera esposa, Isabel de Valois y como retratista de corte –oficiosa, que no oficial, pues su condición de mujer se lo impedía–. En una de las salas de esta exposición cuelgan algunos de los retratos de la familia real que pintó entonces. Entre ellos, los de las dos pequeñas infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, magníficos y hasta cierto punto sobrecogedores por la seriedad de esas dos niñas de 6 y 7 años que vestidas con traje de etiqueta y de luto riguroso nos observan desde sus lienzos con el gesto distante que exigía el protocolo Habsburgo.
Sorprendentemente, una de ellas, Catalina, escapa a esa prisión gracias a dos detalles: sostiene en sus manos un tití, –en la corte española había una gran afición a los animales exóticos, símbolo de su extenso imperio– y adorna su pelo con un narciso amarillo.
Es una simple flor, pero el efecto es sorprendente. Porque la niña no lleva otros adornos, sólo la gorguera blanca y unas cruces negras, y también por el color, esa nota de amarillo coronando tanto negro.
Sabemos cuánto quiso el rey a estas dos niñas y cuánto le querían ellas a él; quizá éste sea un guiño cariñoso de la infanta a su padre.
Y es que al rey Felipe II le gustaban mucho los narcisos. Era su flor preferida.
Los mandó plantar a cientos en los jardines de Aranjuez, y aunque no está documentado, se supone que también en los otros sitios reales que frecuentaba, el Pardo, el Bosque de Segovia, la Casa de Campo... donde levantó hermosos jardines a la moda de entonces –en Europa triunfaba todavía el jardín renacentista–. A muchos sorprenderá saber que este rey con fama de triste y cenizo fue un espíritu sensible a la belleza de las flores y al canto de los pájaros y un gran amante de la naturaleza. En El Escorial, lo cuenta el padre Sigüenza hablando de la afición de Felipe por las flores, mandaba cortarlas y hacer con ellas ramos para su cámara y la iglesia.
Los narcisos se conocían en la época como “junquillos”, aunque junquillo sólo lo es propiamente la especieNarcissus jonquilla, originaría de España y Portugal, que tiene las hojas como juncos.
El rey habla a sus hijas a menudo de ellos en las cartas que les escribe desde Portugal, donde por razones de estado vivirá 2 años:
“...junquillo no hay acá, que si lo hubiera creo que ya hubiera salido...”
Y en otra:
“El junquillo amarillo que os llevaron de Aranjuez creo que es del campo, que sale primero que el del jardín, aunque no huele tan bien”.
Como se ve, todo un experto en narcisos.
El narciso, –Narcissus pseudonarcissus L.–es bien conocido desde antiguo ya que es una planta originaria de la cuenca mediterránea con innumerables especies e hibridos naturales, aunque no será hasta el siglo XIX cuando empiece la selección y producción masiva de cultivares.
En España sus flores amarillas dan color en primavera a todos los prados de la mitad norte de la península, y tiene incluso una fiesta en Riaño, León: la del Capilote, nombre local de la subespecie leonensis.
Como todas las plantas de la familia de la Amariledáceas a la que pertenece, contiene alcaloides, en este caso la narcisina, muy tóxico en dosis altas. A las vacas, por ejemplo, la ingesta de narcisos les produce vómitos. Es Dioscórides en el siglo I dC quien dió a conocer su toxicidad, así como el poder vomitivo del bulbo.
Su nombre, tomado del latín narcissus, y éste del griegonárkissos, está relacionado con narkao –narcótico– y con narce, que significa adormecer. Para unos en alusión al olor penetrante y embriagador de sus flores, aunque otros autores lo refieren al atontamiento que produce la toxicidad de sus alcaloides.
También se usa para hacer perfumes, algo que ya hicieron los romanos.
Flor nacida de la sangre de Adonis, su nombre está ligado al mito de Narciso, el joven que se enamora de su reflejo en el agua y es incapaz de amar a nadie más que a sí mismo. De ahí deriva el adjetivo narcisista. Para Cirlot, esta flor es el símbolo de la introversión absoluta.
El narciso es también una flor muy popular en el Reino Unido. Es el emblema nacional del país de Gales, y un narciso es la renta anual que el heredero Carlos, que lleva por serlo el título de Príncipe de Gales, recibe desde las islas Scilly, el punto más septentrional del reino.
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